El deseo sexual es el motor que mueve o impulsa a hombres y mujeres a acercarse, a aproximarse con una intención de satisfacer sus demandas sexuales.

El trastorno de deseo puede ser de toda la vida, personas que siempre han mostrado o experimentado muy poco interés por el sexo, o también puede ser situacional, ocurriendo en un periodo determinado.

Las causas son muy variadas, pero podemos resumirlas en tres grandes grupos:

1. En algunos casos, pocos, tendrán un origen orgánico, como deficiencias hormonales, consumo de drogas o determinados medicamentos.
2. En otros casos el origen se explica en determinados problemas o disfunciones sexuales, aunque el mantenimiento es psicológico.
3. Y por último tenemos el grupo más grande, el que abarca a la mayoría de la población, tanto masculina como femenina, que son las personas que sufren una falta de deseo cuyo origen y causa es psicológica.

Si se ha padecido un trastorno sexual, como puede ser una dispareunia (dolor en la penetración), una anorgasmia (Imposibilidad de conseguir un orgasmo) o incluso el haber tenido una infección genital, provoca que, poco a poco, el deseo se vaya inhibiendo. Raramente podemos desear algo que nos supone una molestia o dolor. Cuando la dolencia o el trastorno está solucionado suele reaparecer el deseo, pero para que la intensidad sea la misma es fundamental hacer un buen análisis de la situación que lo provocó, para no caer en falsas interpretaciones o errores, que harían que se siguiera manteniendo el bajo deseo sexual.

Si no existe una base fisiológica, y estamos ante el grupo de personas que sufren la inhibición del deseo como consecuencia de problemas psicológicos, lo primero que tendremos que hacer es analizar el contexto socioambiental en que se desenvuelve la persona que lo sufre. La vida que llevamos nos hace priorizar antes cualquier cosa, que ocuparnos de alimentar el deseo y la fantasía. No somos conscientes de cómo nuestro ritmo de vida está estrechamente relacionado con nuestro apetito sexual. Debemos saber que nos influirá negativamente factores como: el cansancio, el estrés, problemas económicos, una mala alimentación y, desde luego, problemas con la pareja.

Por último, dentro del mismo grupo, hay que citar una de las mayores causas que provocarán la inhibición del deseo sexual: el aburrimiento y la rutina dentro de la propia relación sexual. Si no le echamos imaginación, e introducimos cambios en nuestra vida sexual, terminará esta por saciarnos y por no ofrecernos nada deseable, lo que desembocará en una pérdida del deseo o en un cambio de la pareja habitual.