Todos en alguna ocasión nos hemos sentido tristes y abatidos. El estado de ánimo varía incluso a lo largo del día, podemos levantarnos pletóricos y llenos de energía  y sin embargo a medida que el día avanza y tras los distintos acontecimientos que nos van ocurriendo, cambiar completamente, y sentirnos deprimidos.

Estos estados pasajeros de tristeza, que son reacciones normales ante acontecimientos negativos (pérdida de un ser querido, divorcio, conflictos familiares, despido laboral...) cuando se prolongan en el tiempo, o se agravan sus síntomas, pueden convertirse en un trastorno depresivo.

Algunos de los síntomas más comunes son: llanto frecuente, irritabilidad, sentimientos de angustia, excesiva preocupación, alteración del sueño, pérdida de apetito, así como del interés en todas las actividades. Suele estar afectada la capacidad de concentración así como la de tomar decisiones.

Se tiende a distorsionar la realidad, donde el patrón de pensamiento genera sentimientos  de minusvalía e inutilidad y de culpa. Es frecuente que aparezcan pensamientos constantes de muerte, llegando incluso a elaborar ideas suicidas en los  casos más graves. En dichos casos  es muy importante la ingesta de psicofármacos, especialmente los antidepresivos, ya que  es una gran dificultad para la recuperación, el escaso control que tiene sobre su voluntad la persona deprimida.

Es fundamental cambiar el patrón de pensamiento patológico de la persona que lo sufre, para la mejora de la autoestima, reestructurando las creencias irracionales que le hacen sentirse deprimido. Es así mismo, también muy importante entrenar al paciente en técnicas de relajación para  reducir y eliminar los niveles de ansiedad .Ayudarle a  exponerse a las situaciones evitadas  y a que tenga el nivel de actividad previo a la depresión, facilita el normalizar su vida lo antes posible antes de la finalización del tratamiento.